La Noche Perdida de Luis Buñuel: la antesala de la creación. Antonio Santaliestra

A día de hoy es indiscutible el peso y la talla de una figura como la de Luis Buñuel (Calanda, Teruel, 1900 – México 1983), posiblemente el cineasta aragonés con más relevancia del siglo XX. Su huella cinematográfica es una de las más importantes del cine español, a pesar de que la mayoría de sus obras las rodó en México y Francia. Pero en la década de los 40 del siglo XX las cosas no estaban tan claras para el cineasta de Calanda. Exiliado por motivos políticos de España tras la Guerra Civil, Buñuel sobrevivía como podía en los Estados Unidos. En 1946, cuatro años antes de rodar una de las películas que lo consagraron, “Los Olvidados”, llevaba 14 años sin firmar ninguna obra y se encontraba sin empleo en los Estados Unidos, un país donde empezaba a florecer la histeria comunista y se asociaba torpemente a cualquier simpatizante de la Segunda República española con el comunismo. En ese contexto nos encontramos en “La Noche Perdida de Luis Buñuel”, un relato de ficción de Queco Ágreda al guion, Javier Ortiz al dibujo y Guillermo Montañés al color.
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Buñuel en 1946 es casi un personaje digno de aparecer en uno de sus films, un exiliado en los Estados Unidos con su mujer y su pequeño hijo. Desde que deja su trabajo como responsable de montaje hispanohablante para la Oficina del Coordinador de Asuntos Iberoamericanos en el Museo de Arte de Nueva York, en 1943, los ingresos dejan de aparecer con regularidad, teniendo que sobrevivir la familia de los escasos ahorros y de la ayuda económica que proporciona la madre de Buñuel desde España. Para colmo, ser un exiliado republicano en un país donde empieza a florecer la histeria comunista – que desembocó en las famosas “cazas de brujas de Hollywood” – no facilitaba las cosas. Estamos hablando de un cineasta que ya contaba en su currículum con “Un Perro Andaluz”, “La Edad de Oro” y “Las Hurdes. Tierra sin pan”. A día de hoy hay unanimidad en la crítica cinematográfica para considerarlas obras maestras, pero en la década de los 40 en Hollywood se las tildaba como “boutades” de intelectuales, ya que ninguna de las tres tuvo una sólida carrera comercial.
Ha hecho tres películas. No las ha visto nadie. Dos de ellas fueron prohibidas. Digan lo que digan cuatro señoritos de París, no va a pasar a la historia del cine.”
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Esa es la encrucijada en la que se encontraba Luis Buñuel por aquel entonces: 46 años y con descendencia que mantener y sin una carrera sólida que garantizara la estabilidad económica para su familia. Y este es el punto de partida del que parte Queco Ágreda (“Los Amanticos” o “Diskungfu”) para tejer el relato de Buñuel en el desierto que le supondría estar en el Hollywood de los 40. Ágreda nos cuenta las peripecias de Luis Buñuel para regresar a casa una noche de abril del 46 en Hollywood tras asistir a una fiesta de la industria del celuloide. Con tintes de odisea, en la mejor tradición del clásico de Homero, plagado de guiños tanto al cine que creará el cineasta en el futuro como a ecos del pasado de la España que dejó atrás, y que en 1946 ni estaba ni se le esperaba. Una noche de las que cuando acaban, algo ha cambiado. En la tradición de películas como “American Graffiti” de George Lucas o “Jo, ¡qué noche!” (“After hours”) de Martin Scorsese, las peripecias que vivirá Buñuel en esta ficticia noche nos darán un retrato certero del lugar de cada cual en esa sociedad, mientras que el protagonista irá tomando conciencia de sí mismo. Una catarsis necesaria antes del resurgir del cineasta, la antesala de la creación.
Así pues nos encontramos con una ficción que sorprende por lo verosímil del relato. Una de esas historias que, por un lado entran en el terreno de lo posible en cuanto a la veracidad que muestra el relato imaginado, gracias a un excelente trabajo de documentación, mientras que por otro podrían haber sido en otro tiempo un excelente guion de cine que podría incluso haber rodado el protagonista homenajeado en el tebeo, dados los elementos que comparte con el cine de Buñuel. Pero que esto no aleje al lector profano de Buñuel, “La Noche Perdida” puede ser tanto una primera toma de contacto con el universo del cineasta turolense como simplemente un sólido tebeo de 72 páginas que atrape por la consistencia de la historia. Cabe destacar también el apartado gráfico, con un sobrio dibujo de Javier Ortiz, que destaca sobre todo en las expresiones faciales de los personajes, que se acerca al estilo cartoon sin traspasarlo. El sentido de la iluminación en el color de Guillermo Montañés es otro punto de interés, pues va a pasear al lector por la noche de Hollywood conformen avanzan las horas hacia el alba entre diferentes lugares y ambientes. Sobrios, tanto dibujo como color, pero efectivos.
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El volumen, editado por el Centro del Libro de Aragón, cuenta con la producción de GP Ediciones, que ha cuidado el producto con el mismo mimo con el que edita sus tebeos. No es para menos, pues estamos ante lo que podría ser el mejor tebeo dedicado a la figura de Buñuel. Una noche perdida que encontramos sólida y solvente. Un cómic que nos cuenta una ficción, pero por lo bien que lo cuenta, rezuma verdad.

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