‘El subsuelo’, de Víctor Solana. Por Juan Rodríguez


Hay tanto que analizar en El subsuelo que quizá la mejor manera de empezar a hacerlo, y para despejar cualquier duda ante la apabullante sensación que deja, sea proclamar que estamos ante un tebeo formidable. Víctor Solana ha creado una ambiciosa amalgama de referentes que ocupan un lugar destacado en el cómic, el cine y la literatura de ciencia ficción. Es fácil ver cosas de El incal (aquí, su reseña), de Metrópolis o de 1984, por citar algún título de cada medio, en este mundo que ha construido Solana, uno en el que el poder, la opresión y la fe se mezclan de una manera inteligente y precisa, dentro de una narrativa visual que nada tiene que envidiar al no por casualidad prologuista de este volumen, David Rubín. Es fácil entender por qué el autor de Beowulf (aquí, su reseña) se muestra tan entusiasta con El subsuelo, porque se acerca mucho a las razones por las que suelen fascinar a tantos lectores los tebeos del propio Rubín. Pero eso sí, Solana ha conseguido crear un universo propio brutal, intenso, cargado de personajes notables y de escenas impactantes, una de esas historias a las que se puede volver una y otra vez con la convicción de que se va a poder describir algún aspecto, sea emocional, gráfico o narrativo, que en la anterior lectura nos haya pasado más desapercibido dentro de este sensacional conjunto que nos ofrece.
Solana no lo pone fácil. No tiene que hacerlo. Las primeras páginas de El subsuelo son de esas que están pensadas para que, una vez nos ha dejado un misterio algo indescifrable, nos vayamos empapando en el universo en el que va a construir su historia. Pero cuando arranca, es para no parar. Y no tarda mucho en hacerlo, el tiempo que gasta en dejarnos claro que este es un relato sobre la fe y sobre la lucha de clases. Es, dicho de una manera clara, una revolución, una con los ingredientes que se pueden ver en referentes de los que bebe con claridad y que no tiene por qué ocultar, simplemente dejarlos ahí para que el lector expanda horizontes. Parece que cuando se habla de referentes es porque falta imaginación, pero nada más lejos de la realidad con el trabajo de Solana, que es brutalmente ambicioso en su debut. Porque esto, ojo, el primer gran trabajo de un autor. La madurez que tiene, la gran cantidad de temas que trata y de personajes que utiliza y lo buen que mueve todas sus piezas son algo impresionante, una habilidad que le lleva a montar un número muy elevado de escenas climáticas e icónicas en su universo, escenas que ponen bases sólidas para que en la mente del lector se quede grabado el sugerente relato que tenemos entre manos, uno que nunca da la sensación de acabarse en estas páginas a pesar de ser una historia muy bien cerrada.
Y luego está en el dibujo. Quizá ahí es donde se pueda trazar un paralelismo más claro con Rubín, y no tanto en el trazo como en las intenciones. Pero no, como decíamos al hablar de la historia, no se trata de destacar sólo el mimetismo o el arte referencial que pueda haber, sino de entender la personalidad que hay en la obra. Mucha. Intensa. Muy poderosa. El color, básico por elección, atrae toda la atención hacia los rojos, lo que es una idea de las sensaciones que pretende despertar mundo de arrebato y violencia que plantea Solana, y en el que tanto impacto es capaz de generar tanto con las onomatopeyas como con el silencio. El trazo es personal y busca mucho más un reflejo emocional que un realismo detallista. Y eso, que al principio puede sorprender, acaba siendo un arma formidable para las pretensiones del tebeo. El subsuelo es una de esas sorpresas que vez en cuando destruyen todas las barreras que pueda colocar un lector descreído ante el elogio desmedido que pueda despertar una obra como esta. El de Solana es, desde ya, un nombre subrayado en rojo, que ha dejado su libro sobre la mesa del cómic español provocando un estruendo que tendría que haberse escuchado en todas partes. Lo malo es que ahora le tocará confirmarlo en el futuro. Malo para él por el esfuerzo, espléndido para los lectores, que ya tenemos otro referente con el que disfrutar.
El único contenido extra es una introducción de David Rubín.
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