‘Atrapados en la ciudad’, de Josep Busquet y Diego Burdío. Por Juan Rodríguez

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La cuota de desastres y apocalipsis que se lleva Estados Unidos en la ficción popular es tan exageradamente alta que encontrarse una historia de estas que se desarrolle en suelo patrio se gana simpatías con esa sencilla decisión. Atrapados en la ciudad es una de esas historias y esa ciudad del título es Zaragoza. No es que Josep Busquet y Diego Burdío nos hagan un recorrido pormenorizado por la capital aragonesa ni tampoco que su tebeo sirva para que podamos hacer una ruta por los lugares en los que tiene lugar su historia para hacernos selfies, no, pero todo tiene lugar allí y, de una manera suficiente, se nota. Busquet nos cuenta una invasión de demonios que se contiene desde el exterior de Zaragoza creando una barrera que los deja confinados allí, pero con un grupo de supervivientes. El escritor, perro viejo en estas lides, pierde el tiempo justo en contarnos el contexto que necesitamos conocer y nos lanza de lleno a la acción. Después es cuando se detiene en presentarnos a los protagonistas, y de la mano del simpático y movido dibujo de Burdío nos lleva con mucha facilidad a todos los rincones de esta historia para que nos lo pasemos en grande, sabiendo que la acción tiene lugar muy cerca de nosotros y respetando los códigos del género. No se puede pedir mucho más en tan pocas páginas.
Y, ojo, no olvidemos que Atrapados en la ciudad en una historia larga que surge de una corta, que también se incluye en el volumen. Eso, que puede parecer un detalle nimio, le da todavía más valor al libro, que no es una anécdota alargada sino una historia bien trazada. Se puede argumentar que tiene sus tópicos, pero el género también los pide para su total disfrute. La gracia, sobre todo, está en que las fronteras entre los héroes y los villanos van más allá de humanos y demonios, y que todo el tebeo está montado en torno a un gran interés: la barrera que cubre Zaragoza. Los hay que quieren derribarla, los hay que quieren fortalecerla, y lo divertido que tiene la historia de Busquet es que sabe armar los argumentos de todos ellos con mucha naturalidad y sin que eso entorpezca la acción, que al final es la gran protagonista del relato. Atrapados en la ciudad no deja de ser una gamberrada clásica del escritor, aunque un tanto más seria que otras de las que nos ha dejado en los últimos tiempos, y eso tono no le sienta nada mal sobre todo a los personajes humanos de la historia, que al final son los que nos permiten conectar emocionalmente con ella. Y con un final, además, de esos que encajan muy bien en los relatos apocalípticos, que dejan puertas abiertas pero que a la vez suponen un buen colofón a lo que hemos leído.
Burdío se lo pasa tan bien con la historia porque hay una buena conexión con la propuesta. Sus personajes se benefician de la caricatura que les pone para que a la vez nos sintamos en un universo de fantasía y en un entorno en el que podemos sentir cercanía por los protagonistas, de nuevo insistiendo en los humanos. La gamberrada está en los demonios, pero el corazón de Atrapados en la ciudad no está en ellos. Son la excusa pero no son la única razón de ser del tebeo, y eso se agradece mucho, sobre todo porque visualmente hace que el cómic sea algo distinto de lo habitual, de tantas y tantas historias que se sustentan en unos demonios que buscan un imposible realismo y una espectacularidad absoluta en cada viñeta pero que, al final, tienen bastante menos espíritu. Y aún así, hay mucho de divertido en los demonios que crea Burdío y en la locura explícita que hay en sus escenas más salvajes, especialmente en el clímax del libro. Atrapados en la ciudad convence porque sabe exactamente lo que se propone y lo sirve con una eficacia tremenda. Y como no se engaña a sí mismo, tampoco puede engañar a los lectores, que salen del viaje con la sensación de haberse divertido y de haber visto una notable ampliación de un pequeño relato corto que, por qué no, podría ser a su vez el germen de algo más grande.
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