‘Aquí nunca pasa nada’, de Javier Marquina y Javier Ortiz

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El superhéroe es, por derecho propio y por volumen de publicación, la figura por excelencia del cómic mundial. Nos guste más o menos el género, su supremacía es bastante indiscutible, extendiéndose mediante los tentáculos de la globlización desde su natural entorno norteamericano a otros países, también España. Al mismo tiempo, es la figura que más intentos de disección y deconstrucción ha sufrido en las últimas décadas, desde que Alan Moore emprendió ese camino en Watchmen (aquí, su reseña). Como es más que lógico, Aquí nunca pasa nada, apuesta patria, no necesita semejantes ambiciones, pero entra en el juego de, por ejemplo, Hoy me ha pasado algo muy bestia (aquí, su reseña). Javier Marquina y Javier Ortiz lo hacen elegancia, respetando el género, pero lanzando cínicos dardos hacia todo aquello que no les gusta del superhéroe y, en realidad, se la sociedad que les rodea. La propuesta es muy divertida porque conjuga lo que les gusta y lo que les desquicia, incluyendo la divertida alusión privada que hay en el título, frase con la que se cierra el tebeo y que supone un punto más de elogio a los autores, que realmente han querido contar algo que tiene mucho que ver con lo de siempre pero que a la vez han hecho suyo de una forma muy inteligente. Es un tebeo de superhéroes y a la vez no lo es.
Si se piensa detenidamente, en la historia que nos propone Marquina están todos los elementos clásicos del comic de superhéroes, y también algunos de los que se ha ido apoderando del género en las últimas décadas para darle unas ínfulas de teórica grandeza literaria que no siempre necesita. El escritor analiza bien estos tebeos desde una sencillez que desarma, con reflexiones que nacen de lo casual pero que dejan poso en el aficionado, explotando situaciones arquetípicas, las de origen, en una estructura muy acertada que desmenuza el pasado de todos los protagonistas con sencillez y sin alargar innecesariamente el relato, y también las climáticas, con una batalla final que nada tiene que envidiar a los más grandes combates del comic de superhéroes, y en los que se ve una influencia muy clara del Invencible de Robert Kirkman (aquí, reseña de su primer volumen). En realidad, son muchos los guiños, y esos dan para una lectura aparte, pero lo que está claro es que Marquina ha querido escribir con absoluta libertad, sin dejarse encasillar por el género, ni buscando tampoco una parodia. Y quizá por eso Aquí nunca pasa nada, en la que lo que pasa no deja de parecerse a otras cosas que ya hemos leído en otros universos, tiene una agradable pizca de originalidad en su tratamiento que basta para convencer.
Hablábamos de la Influencia de Invencible en Marquina, y es incluso algo más evidente en el dibujo de Javier Ortiz, especialmente en el destacado clímax de la historia. El reto al que se enfrenta el ilustrador es el de enseñarnos superhéroes sin necesidad de abusar de trajes de licra o sofisticadas armaduras. Algo hay, pero sin profusión, solo lo mínimo que necesita la historia, lo suficiente para conectar con el género, también con escenarios y artilugios que nos invitan a pensar en el componente de ciencia ficción fantástica que por supuesto necesita la historia. Y en lo realista Ortiz tambien convence. Se trata de conectar con los personajes, pero no desde la empata, y por eso el aspecto que les da resulta tan fascinante. Es, de alguna manera, como ver al Christian Bale de American Psycho, y lo que tenemos es una colección de tipos jóvenes con aspecto de triunfadores pero que esconden un lado oscuro. En Aquí nunca pasa nada, como se ve, sí pasan muchas cosas. Para ver algunas hay que esperar hasta el final, pero la lectura es tan dinámica que no hay ningún problema en esperar hasta esa última página, que es la conclusión real del menaje que tiene el tebeo y la culminación de una propuesta que se gana nuestras simpatías con bastante facilidad.

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